En casa de Yanelis, las paredes del cuarto ya parecen un mapa de manchas. Cada vez que friega, el moho regresa como si nada. Afuera, la fachada luce cansada: el sol le quitó el color y cada aguacero le arranca otro pedacito. Y arriba, en la azotea, Elena puso tres baldes porque las goteras tienen su propio concierto.
Estas historias no son raras: son la vida diaria de medio barrio. ¿Por qué? Porque la mayoría hace lo mismo: compran cualquier pintura, la aplican con esperanza, y al mes ya se está descascarando. Y entonces viene la frase de siempre: “Lo barato sale caro”.
Pero no tiene que ser así. En Cuba hay tres elecciones claras que, bien usadas, resuelven la mayor parte de los problemas: una para adentro, otra para afuera y otra para los techos.
La sala de Yanelis — el interior que respira
Cuando Yanelis decidió alquilar un cuarto, lo primero que pensó fue en las paredes. “¿Quién va a pagar en dólares por dormir en un cuarto manchado?”, le dijo su vecina. Buscó una pintura que tapara con dos manos, que no dejara olor fuerte y que secara rápido.
Ese fin de semana pintó sala y cuartos. Para el lunes ya tenía fotos frescas para poner el anuncio. Resultado: paredes blancas, limpias, y un cuarto que se alquiló al doble de lo que pensaba.
Moraleja: No es cuestión de pintar mucho, es cuestión de pintar bien. Una pintura plástica al agua, que cubra con pocas manos y aguante el lavado, cambia el juego.
La fachada de Roberto — cara nueva para vender
Roberto quería vender su casa en Marianao. Sabía que el precio dependía de la primera impresión: la fachada. El problema era que cada lluvia dejaba marcas y el sol había dejado el muro como piel reseca.
Con un poco de paciencia raspó la pintura que estaba suelta, dio un sellador en las partes más porosas y remató con dos manos de pintura acrílica para exteriores. El cambio fue brutal: la casa dejó de verse cansada y empezó a lucir cuidada.
El comprador no tuvo que imaginar cuánto le costaría arreglarla: la vio lista. Y cuando llegó el momento de hablar de precio, hubo menos regateo.
Moraleja: Una fachada pintada es media venta hecha. No hace falta lujo, hace falta que aguante sol, lluvia y deje respirar la pared.
El techo de Elena — silencio después de la lluvia
En el cuarto de Elena, dormir era complicado: cada aguacero traía el golpeteo de las gotas cayendo en palanganas. Probó de todo: parches caseros, mezclas improvisadas, y nada. Hasta que se decidió por una pintura para techo reforzada con fibra.
La aplicó en dos manos cruzadas, después de limpiar bien la azotea y tapar las grietas. La siguiente tormenta fue distinta: no hubo concierto de agua, solo silencio. Su hija pudo dormir tranquila, sin miedo a que la cama amaneciera mojada.
Moraleja: Un techo bien impermeabilizado no se mide en litros de pintura, se mide en noches de descanso.
El secreto está en la elección
En Cuba, cada peso cuenta. Y a veces ahorrar comprando cualquier pintura significa gastar el doble después. La clave es sencilla:
- Para adentro, una plástica que cubra y se limpie fácil.
- Para afuera, una acrílica que aguante sol y lluvia.
- Para arriba, una impermeabilizante que resista de verdad.
Todo lo demás son inventos que terminan en la misma historia: paredes descascaradas, fachadas quemadas y techos goteando.
No se trata de marcas, ni de tecnicismos que nadie entiende. Se trata de usar lo que funciona en la vida real, en el calor, la humedad y el sol de Cuba. Pintar así no es gastar: es invertir en tranquilidad, en alquiler seguro, en una venta más rápida, o simplemente en vivir sin goteras.
Y como diría la abuela de Yanelis: “Mijo, la pintura buena se ve cuando pasa el tiempo, no cuando la acabas de echar.”